¿El mundo estaría mejor sin mi?

¿EL MUNDO ESTARÍA MEJOR SIN MI?
Reflexiones en torno a la ideación suicida
José M. Sánchez


Cuando cursaba la carrera de Psicología en la Universidad tuve oportunidad de hacer visitas de estudio a diferentes instituciones con la finalidad de estudiar el comportamiento de las personas en diferentes ambientes. Una de las visitas que más me impactaron fue la que hicimos al Hospital de Neuropsiquiatría. Cuando apenas eres aprendiz en el complejo mundo del comportamiento humano, acudes a una visita como esa sin tener muy claro qué es lo que debes observar, e incluso con un velo de temor respecto a lo que se dice de los internos de esas instituciones en pláticas informales. 

Un paciente psiquiátrico es una persona que bien puede mostrar algunos comportamientos semejantes a los del ciudadano común, pero que igualmente actúa de formas peculiares no convencionales como por ejemplo hablar solo, orinarse en su ropa, fijar la mirada en alguien, etc. Esta característica es la que los hace ver como “raros” ante la ciudadanía. El paciente psiquiátrico es relegado de la sociedad porque no se comporta como la mayoría. 


Cuando estás acostumbrado a vivir bajo las normas de una sociedad (así como la gran mayoría de nosotros) te llama fuertemente la atención que una persona pueda actuar de manera no convencional, incluso violando tales reglas en presencia de otros y no verse inmutada en lo más mínimo. ¿Cómo es posible que una persona no de señales de sentirse apenada por comportarse de manera anormal aún ante la mirada de los demás?

Una posible explicación es la de que dichas personas padezcan de una alteración de conciencia, esto es, que por alguna razón no sean capaces de darse cuenta de sus propios actos. Esta explicación me llevó a interesarme por el tema de la conciencia humana. Y  rápidamente me di cuenta de que se trata de un tema muy complejo, pero apasionante. ¿Qué es eso que llamamos “conciencia”?, ¿el tener conciencia nos da o nos quita derechos para actuar a nuestra manera?

No es sencillo definir qué es la conciencia, pero podemos hacer el ejercicio de aproximarnos a ese concepto refiriéndonos a un experimento con niños pequeños que se realizó hace algunos años. Una madre se colocaba frente a un espejo con su hijo menor de dos años sentado sobre sus piernas. Ambos observaban su reflejo en el espejo. Luego, la madre distraía al pequeño y le ponía una pequeña mancha de pintura en la nariz. A continuación la madre hacía que el niño nuevamente observara su reflejo en el espejo. ¿Cómo reaccionaba el pequeño? 


Los investigadores que idearon este experimento supusieron que el niño notaría la mancha en la nariz, pero se preguntaban si trataría de tocarla en el reflejo o en su propia cara. Si el niño tratara de tocarla en el reflejo entonces podríamos concluir que el niño “piensa” que su reflejo es otro niño. En cambio, si se tocara su propia nariz, sería un indicador de que el niño “sabe” que el reflejo que observa se trata de si mismo. Pues bien, los niños que participaron en este experimento efectivamente se tocaron su propia nariz cuando notaron que tenían una mancha. Por lo tanto, niños muy pequeños dan muestras de que se reconocen a sí mismos. 
           
Este tipo de ingeniosos experimentos nos dan pistas para aproximarnos al concepto de conciencia. Primero, decimos que una persona tiene conciencia cuando se encuentra despierta (en estado de alerta o vigilia) y además es capaz de reconocer a las personas y sitios en que se encuentra. Y en segundo lugar, decimos que una persona tiene autoconciencia cuando es capaz de reconocerse a sí misma. Esto es, no solo saber que los demás existen sino que ella misma existe también. 
   
Al parecer, la autoconciencia no se adquiere inmediatamente al nacer, sino que requiere de un proceso de maduración. En otras palabras, no tenemos evidencia para suponer que un bebé recién nacido tenga conciencia de sí mismo. En cambio, los experimentos de los niños frente al espejo nos indican que niños de alrededor de dos años ya dan señales de una cierta forma de autoconciencia. Luego, conforme transcurre el tiempo y el niño crece, es claro que su conciencia de sí mismo mejora paulatinamente.

Como psicólogo, me interesa el tema de la autoconciencia sobre todo desde dos puntos de vista. Primero, ¿influyen sobre nuestra autoconciencia las personas que nos rodean? y segundo, ¿repercute la autoconciencia sobre nuestros derechos para tomar decisiones? 

Respecto a la primera pregunta, estoy convencido de que el trato que recibimos de los demás contribuye enormemente a desarrollar el sentido de autoconciencia. Un niño normal, desde que comienza a tener cierto control sobre su mirada, siempre busca mirar a los ojos a quienes lo cuidan. Y si a cambio recibe también una mirada, entonces se comienzan a sentar las bases para que tome conciencia de sí. A partir de ese momento, cada vez que se le da un nombre que lo distingue de los demás, cada vez que recibe atención, cada vez que recibe contacto físico, etc., su sentido de autoconciencia se irá fortaleciendo. Finalmente, si el pequeño recibe un trato cariñoso y de cuidado, entonces no solamente se dará cuenta de que existe sino también de que es alguien querido y valioso para quienes lo rodean. Ya dependerá del trato que reciba posteriormente de parte de compañeros de escuela, maestras, vecinos, novio(a), jefes de trabajo, etc., para que esa imagen de ser alguien valorado se mantenga o se modifique. 


Respecto a mi segunda pregunta, la de los derechos para tomar decisiones, opino que así es. Tan pronto como tomamos conciencia de que somos un individuo semejante a los otros que nos rodean, también comenzamos a entender que tenemos derechos, y que podemos exigirlos. Así, un niño se molesta si otros quieren agarrar “su” juguete ya que solo le pertenece a él, o una niña se pone celosa del vestido nuevo de su hermana y reclama su derecho para estrenar también.

Y me parece muy sano que niñas y niños aprendan que tienen derechos, y que aprendan también a ejercerlos. Sin embargo, el tema de la autoconciencia y los derechos personales se complica cuando crecemos. El tener conciencia de que existimos y de que somos seres iguales a otros, ¿nos da derecho a hacer cualquier cosa que queramos con nuestra vida?

Hoy en día existe un debate internacional respecto a la eutanasia. Los médicos no se ponen de acuerdo si es conveniente ayudarle a morir a un enfermo que desea acabar con su vida. El enfermo puede argumentar que es su derecho ya que a final de cuentas se trata de su vida. Y en eso tiene razón. Sin embargo, estas situaciones suele ocurrir solo con ciertos enfermos, no con todos. Particularmente, el deseo de morir lo tienen enfermos terminales o aquéllos que sufren dolor o quienes dada su condición han caído en depresión. En cambio, enfermos que pueden tener una cura, que no sufren dolores insoportables y que no padecen depresión, ellos no quieren morir, al contrario, luchan por su vida. 

¿Y qué pasa con las personas sanas que también han pensado en quitarse la vida? En los casos de personas que no tienen alguna enfermedad terminal, y que aún así han tenido ideas suicidas, creo que pueden ocurrir dos cosas. Primero, que padezcan algún trastorno psiquiátrico y que escuchen voces en su cabeza diciéndoles que se hagan daño. Esas “voces” se conocen como alucinaciones auditivas y son comunes en la esquizofrenia. Afortunadamente existen tratamientos para ayudar a esas personas. Por otro lado, si la persona que piensa en quitarse la vida no tiene un trastorno psiquiátrico entonces creo que el problema se relaciona precisamente con su autoconciencia. En otras palabras, tal vez tiene una conciencia de sí misma distorsionada. Me refiero a que esa persona sabe que existe pero, por alguna razón, considera que no debería de existir. ¿Cuál puede ser esa razón?

Como ya antes lo dije, nuestra autoconciencia depende mucho del trato que recibimos de los demás. Si el trato es bueno, andaremos por el mundo tranquilos con nosotros mismos. Pero si el trato no es bueno entonces sentiremos que no valemos, que no merecemos estar aquí o que no tiene caso seguir adelante. 

Afortunadamente, este tipo de creencias pueden ser modificadas con ayuda profesional. Muchas veces, una sola plática ayuda para comenzar a darnos cuenta que ese tipo de ideas no valen la pena. Por eso, te recuerdo que tú tienes derecho a decidir sobre tu vida pero también tienes derecho a recibir la ayuda que necesites para salir adelante. En cambio, creo que nada te da derecho a provocarle un gran dolor a la gente que te quiere. Ellos quieren verte bien, y tienen derecho a ser felices contigo. 

¿Quieres saber más? Escribe a info@depsic.com


José Manuel Sánchez es Mtro. en Psicología deportiva por la UNED y el Comité Olímpico Mexicano. Es director de Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC y conferencista. Actualmente coordina el área de Psicología del club Leones Negros de la UDG y es profesor de la Escuela Nacional de Directores Técnicos (ENDIT).

Twitter: @josemapsic

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