¿Vale la pena intentarlo?

¿VALE LA PENA INTENTARLO…? 
José M. Sánchez

¿Alguna vez te has detenido antes de intentar algo que deseas? Seguramente que toda persona se ha visto en esa situación alguna vez. "¿Debo dar ese beso?, ¿debo solicitar ese empleo?, ¿debo pedirle permiso?, ¿debo comer ese postre extra?, ¿debo estudiar esa maestría?, ¿debo independizarme?" Esta clase de preguntas y otras por el estilo nos han dejado sin dormir más de una noche.

La vida es ese tiempo que transcurre mientras tomamos decisiones. Curiosamente, el tomar una decisión no es algo que nos represente mayor problema desde que somos pequeños. Cualquier niño sano es experto en el arte de decidir: decide jugar con la arena -y lo hace-, decide trepar a la mesa -y lo hace-, decide comer la galleta -y lo hace-, decide tirar el juguete -y lo hace-, etc. En el mejor de los casos, los padres van a detenerlo si lo que intenta hacer el niño es peligroso, pero cuando los padres intervienen ya el intento está hecho. En otras palabras, los adultos pueden detener la acción del niño pero nadie puede detener la intención, el impulso, porque las intenciones e impulsos nacen del interior del niño y siempre preceden a sus actos. 

¿Qué pasa entonces cuando crecemos?, ¿por qué los adultos dudamos tanto antes de hacer las cosas que queremos?, ¿por qué no podemos seguir imitando a los niños y simplemente actuar y atrevernos? Una respuesta sencilla a estas preguntas se relaciona con la capacidad que tenemos los adultos para anticipar las consecuencias de nuestros actos. El niño no parece capaz de darse cuenta de lo que puede provocar una acción suya, o al menos no completamente. En cambio, el adulto “normal” al menos tiene una perspectiva más amplia que le permite saber que a toda acción corresponde una reacción, y por consecuencia aprende a ser más cauteloso. Al parecer, no solo envejecemos con el paso de los años, también aprendemos a pensar las cosas dos veces…

Tal vez todo esto que acabo de decir no resulte algo novedoso para usted. Todos sabemos que los niños son arriesgados y que los adultos medimos nuestras acciones antes de realizarlas. Sin embargo, lo que no parece tan obvio es respondernos qué tan arriesgados deberíamos de continuar siendo ya que dejamos atrás la infancia. ¿Deberíamos renunciar tajantemente al riesgo?, ¿o tal vez deberíamos de atrevernos a todo?

Es difícil encontrar cuál sería la medida recomendada para ser arriesgados en la vida. No creo siquiera que exista tal medida, o al menos no podemos generalizarla. Hay situaciones en las que tomar un riesgo prácticamente nos puede costar la vida y hay otras en las que perderíamos la vida si no nos arriesgamos. Para no perdernos en este juego de palabras vamos a decir algo más concreto para tratar de que nuestra reflexión sea útil. 

En mi experiencia como psicólogo me he interesado mucho por el tema de encontrar cuáles son los factores que influyen para que una persona se decida a intentar hacer algo que quiere o para que decida mejor no hacerlo. Supongamos que usted quiere enamorar a cierta persona que conoce y que en este momento solo son amigos. ¿Decide usted intentar enamorarle o no se atreve?, ¿de qué depende su decisión? Es obvio que habrá muchos factores que influyan para tomar una decisión ante esta clase de situaciones, pero para simplificar solamente voy a señalar dos condiciones. En general, para decidirnos a actuar tomamos en cuenta dos cosas: 1) cuál es el grado de dificultad del reto que tenemos enfrente y 2) qué tan capaces creemos ser para afrontarlo. ¿Analizamos un poco este tema?

Usted primero evalúa la situación, analiza, y luego concluye si se trata de una situación sencilla o difícil. Regresando a nuestro ejemplo de la conquista, usted se pone a pensar si la persona puede resultar atractiva también para otras personas o no, si actualmente ya tiene una pareja estable o no, si se trata de alguien que parece ser fácil llegar a descubrir lo que le gusta, etc. Al responder a estas preguntas usted podrá concluir que se trata de un reto sencillo, regular, difícil o casi imposible. Y aquí interviene un primer mensaje que quiero transmitirle: ¿usted sabe evaluar los retos que enfrenta?, ¿le da su justa medida a cada reto o por el contrario los distorsiona? Hay personas que con mucha facilidad ven los problemas más grandes de lo que en realidad son. Los exageran, o como decimos coloquialmente, “se ahogan en un vaso de agua”.  Y otras personas, por el contrario, parece que todo lo ven muy sencillo. No se estresan y creen que los problemas no son tan grandes.  

Pero no se trata de ver los problemas o los retos de la vida más grandes o más pequeños, sino de verlos en su justa dimensión. Tan peligroso es no intentar algo por temor como peligroso es el "aventarnos" sin medir el riesgo. En ambos casos podemos salir dañados. ¿Cómo podemos entonces medir con precisión la magnitud del riesgo?

Aquí interviene el segundo de los factores a los que ya me referí antes. Más arriba dije que para tomar una decisión también interviene la creencia en nuestra propia capacidad. ¿Qué significa esto? Se lo diré con un ejemplo. Cuando usted va a salir de vacaciones revisa una y otra vez su maleta para cerciorarse de que lleva consigo todo lo necesario. Traje de baño, bloqueador, sandalias, etc., Listo, usted sale con la seguridad de que lleva lo que va a necesitar. Pues bien,  antes de tomar una decisión en la vida también echamos un ojo primero para asegurarnos de que tenemos lo necesario. Aunque en este caso “lo necesario” se refiere a las capacidades, aprendizajes,  inteligencia, hábitos que nos definen como individuos particulares. Escaneamos todo nuestro arsenal de conocimientos/habilidades y entonces podremos concluir que somos poco capaces, muy capaces o incluso prácticamente indestructibles. La imagen que tenemos de nosotros mismos influye en buena medida sobre la dificultad que le atribuimos a los retos que enfrentamos. Si creemos que somos poco capaces entonces cualquier reto nos parecerá demasiado difícil. En cambio, si creemos que somos indestructible entonces todo reto que enfrentemos nos parecerá insignificante. ¿Usted cómo se valora, como alguien competente o incompetente?

Pues bien, le diré que la imagen que usted posee de sí (como alguien competente o no) es el resultado de toda su historia personal, de sus éxitos y fracasos pasados. Todos tenemos un cierto nivel de confianza (alto o bajo) en nosotros mismos y eso viene en buena medida de lo bien o mal que nos haya tratado la vida. Pero estoy convencido de que en muchas ocasiones la imagen que una persona posee de sí misma no corresponde necesariamente con sus capacidades reales. Más específicamente, sostengo que alguien puede ser capaz de lograr muchas cosas y no darse cuenta. Mucha gente no cree en sí misma sin saber que su falta de fe no se corresponde con sus capacidades reales. 

¿Solución para esta situación? ¡Póngase a prueba! No de por hecho que usted fallará, mejor otórguese el beneficio de la duda. Por supuesto, primero evalúe bien la situación (posibles riesgos o pérdidas que puede tener), estudie los hechos y prepárese. Y si considera que su vida o la de alguien más no está de por medio, decídase a intentarlo. O, al menos, no se descarte de antemano convenciéndose de que usted no sería capaz de lograr aquello que quiere. Ponernos a prueba es la mejor estrategia para descubrirnos. Si usted se entrega a la aventura de descubrirse permanentemente vivirá en constante renovación. Y, en mi opinión, renovarse es algo por lo que bien vale la pena intentar aquello que queramos… 

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José Manuel Sánchez es Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador empresarial y conferencista. 



¡Mas alto, más fuerte, más rápido!... ¿A qué costo?

¡MÁS ALTO, MÁS FUERTE, MÁS RÁPIDO!... ¿A QUÉ COSTO?
José M. Sánchez
Depsic Psicología y Alto Rendimiento


Davide Astori
Hace pocos días fui sorprendido -como todo el medio futbolístico a nivel mundial- con una noticia trágica: Davide Astori, capitán de la Fiorentina (Italia), murió aparentemente de manera repentina en un hotel de concentración. Se trataba de un joven jugador (31 años), un atleta, una persona entrenada para el alto rendimiento, pero cuya trayectoria fue detenida abruptamente por una muerte repentina (usted puede ver una nota al respecto en http://cnnespanol.cnn.com/2018/03/04/davide-astori-muere-jugador-de-futbol-de-la-fiorentina/). 

           Desafortunadamente, Astori no es el único jugador de fútbol al que la muerte haya sorprendido de esa manera, incluso se han dado casos en pleno campo de juego. No deja de sorprenderme que ocurran estos hechos en este siglo en el que los avances de la medicina permiten monitorear el estado de salud de los atletas de alto rendimiento con una precisión milimétrica. ¿Cómo puede ocurrir algo así en una época en la que todo un equipo de especialistas tiene “bajo la lupa” a sus deportistas? Tristemente, la realidad nos recuerda con estos acontecimientos (y por enésima ocasión) que aún no lo sabemos todo en materia médica y que literalmente se nos escapan de control algunos factores que juegan un papel fundamental en la salud de un deportista. 

            La muerte de Astori me hizo reflexionar una vez más sobre la importancia de promover en los ambientes deportivos la cultura de la promoción de la salud también a nivel psicológico, que es la trinchera en la que me desenvuelvo desde hace varios años. Mi reflexión, y que hoy comparto con usted amigo(a), se basa en un argumento muy sencillo pero que al parecer aún les pasa desapercibido a muchos. Vamos por partes.

          Sabemos que la medicina ha dado pasos agigantados en los últimos años, y que ello obedece en buena medida a los avances tecnológicos que han permitido el desarrollo de novedosas técnicas de diagnóstico y tratamientos cada vez más eficientes. Pero es un hecho también evidente que los avances médicos obedecen a que el cuerpo humano es un objeto material, es una masa compuesta de varios tejidos que permite ser estudiada bajo el microscopio del cirujano. En otras palabras, el cuerpo humano puede ser sometido al análisis que los médicos investigadores deseen. Pueden medir temperatura, longitud, tono muscular, nivel de glucosa, reflejos, pliegues, peso, y prácticamente todo lo que a usted se le ocurra. Y esto es así por una sencilla razón: el cuerpo humano existe, es algo que está presente en el mundo material en el que usted y yo vivimos. Así, solo basta tener a la mano los instrumentos de medida adecuados (aquéllos que se han fabricado gracias al avance tecnológico al que me refería antes) y será posible hacer un diagnóstico altamente confiable. Pero es justo en este punto en el que casos como los de la muerte de Astori asaltan mi tranquilidad. Si este hecho viene a confirmar que el avance médico del siglo XXI no garantiza la salud física –y la vida en este caso- de un atleta, ¿qué podemos esperar de la salud psicológica, que abarca mecanismos tan subjetivos como las emociones, pensamientos, recuerdos, anhelos, etc.?, ¿acaso estos mecanismos psicológicos no están comprometidos en el alto rendimiento tanto como los mecanismos biológicos del cuerpo humano?, y si es así, ¿quién los vigila?, ¿usted lo hace…?

           
Ezequiel Orozco
Mi motivación para escribir este artículo fue mayor cuando me enteré de otra muerte, la de Ezequiel Orozco, jugador sinaloense (Mex.) que militó en varios clubes del fútbol mexicano (usted puede leer una nota al respecto en (http://www.excelsior.com.mx/adrenalina/2018/03/17/1226713). Tuve la oportunidad de conocer a Ezequiel siendo yo psicólogo del Club Necaxa hace algunos años, en un tiempo en el que nadie pensaría en este desenlace. Aunque su muerte ocurre bajo condiciones completamente diferentes a las de Astori, pues se trató de proceso de degeneración paulatino que le llevó a una lucha de varios meses (cáncer de pulmón), ambos casos ejemplifican situaciones que también se observan en el plano psicológico. Dicho de otra manera, a nivel psicológico ocurren episodios abruptos y sorpresivos, o también lentos y desgastantes, que comprometen la salud emocional de un deportista.    

             
Alessandro Zanardi
El deporte de alto rendimiento nos aporta multitud de ejemplos de ambas situaciones a las que acabo de referirme. La muerte o enfermedad de algún familiar, accidentes sufridos en competencia (¿recuerda usted el caso del piloto italiano Alessandro Zanardi que perdió ambas piernas por un accidente en la pista?), el perder un pase a Juegos Olímpicos (¿recuerda usted la lesión del tenista español Rafael Nadal que lo marginó de los JO de Londres 2012?), conflictos maritales (¿recuerda el caso del golfista norteamericano Tiger Woods y su escándalo extramarital?), y una larga lista de etcéteras. Algunas de estas situaciones ocurren de manera inesperada y otras en cambio se afrontan poco a poco  y parecen no tener fin (¿recuerda usted el conflicto entre el entonces timonel del Club de fútbol Real Madrid, José Mourinho, y su arquero titular Iker Casillas que después de varios meses llevó a este último a abandonar el Club?). Todos estos ejemplos ilustran situaciones que golpean la vida anímica de los atletas (sin mencionar la de sus familias) y que si no se controlan a tiempo podrían también tener consecuencias fatales.

             
Leon McKenzie
¿Cree usted que exagero? Pues no es así. Deportistas de élite, hoy retirados, han reconocido haberse visto en situaciones depresivas que les han hecho pensar incluso en el suicidio. Públicamente han reconocido haber pasado por esta situación deportistas como el ex nadador norteamericano Michael Phelps (usted puede leer la nota en https://edition.cnn.com/2018/01/19/health/michael-phelps-depression/index.html), el ex futbolista inglés Leon Mckenzie    (usted puede leer la nota en http://www.bbc.com/sport/football/19830046), o la judoka norteamericana Kayla Harrison (usted puede leer la nota en https://edition.cnn.com/2017/08/21/sport/kayla-harrison-judo-world-championships-budapest/index.html).

Kayla Harrison
También cabe mencionar los casos de los atletas víctimas de abuso sexual, como por ejemplo las gimnastas del equipo de E.U. en manos de su propio médico Larry Nassar, hoy condenado a cadena perpetua. Dada la inmensa cantidad de situaciones de índole emocional que aquejan a los deportistas a nivel mundial, ya sea de manera abrupta o como circunstancias que acarrean a lo largo del tiempo, el número de los ejemplos que aquí he citado es simplemente insignificante. 

En base a todo lo anterior, deseo ser muy puntual en el objetivo que persigo con este artículo. Pretendo contribuir para que las instituciones deportivas se sensibilicen sobre la importancia de tomar cartas en el asunto y promuevan el apoyo de especialistas en materia psicológica que establezcan un programa de monitoreo constante de los atletas y entrenadores. El deporte es una actividad completamente emocional y como tal puede propiciar la acumulación de tensiones a las que es menester dar un buen cauce (comparto un interesante documental respecto a la realidad que viven los atletas  https://www.youtube.com/watch?v=LHvmG_zUy4k&t=32s). Y a menos que posean una formación psicológica universitaria, ni los directivos (expertos en materia de administración) ni los entrenadores (expertos en materia de entrenamiento deportivo) tienen los elementos suficientes para interpretar qué ocurre “en la cabeza” de los deportistas. Bien podría estarse gestando un conflicto de identidad, ansiedad, estrés, sexual, etc., en uno de sus deportistas y usted no darse cuenta o bien asumir que la intranquilidad que observa en uno de sus atletas solo es una “racha pasajera”. Tenga cuidado, hay “rachas” que pueden convertirse en una alerta roja y que merecen toda nuestra atención. Y da igual si nos desenvolvemos en deporte de elite, amateur o infantil. En cualquiera de las etapas del desarrollo deportivo se debe de contar con adecuados “sensores del equilibrio psicológico”.   

           Sé que la naturaleza de la competencia deportiva acarrea estrés, incertidumbre y tensiones. Todo esto es parte de la belleza del deporte competitivo. Y también conozco muchos casos en los que precisamente este nivel de exigencia ha ayudado a salir adelante a deportistas que la estaban pasando mal. Mis palabras solo son una invitación a la prevención. No me gustaría que fuéramos ciegos al alto costo que le representa a un ser humano el ser exigido a competir cada vez más alto, más fuerte y más rápido. Al menos quiero contribuir a equilibrar la balanza…       


José M. Sánchez es psicólogo deportivo
con experiencia en deporte infantil, juvenil
y profesional. Actualmente es director de
Depsic Psicología y Alto Rendimiento

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