Me lesioné... ¿quién soy ahora?

ME LESIONÉ… ¿QUIEN SOY AHORA? 
José Manuel Sánchez


Hace algunos años me interesé por una película llamada Face-Off (traducida en México como “Contracara”) protagonizada por John Travolta y Nicolas Cage en la que el primero representaba a un policía y el segundo a un delincuente. La trama versaba sobre una estrategia policial para obtener información que el delincuente (Cage) se negaba a proporcionar. El plan era que Travolta se hiciera pasar por Cage en prisión y así poder averiguar la información buscada entre los amigos de este último. El problema de hacer pasar al policía por el delincuente se resolvió fácilmente: un grupo de médicos especialistas en materia de trasplantes cortaron los rostros de ambos protagonistas y los intercambiaron. Asunto resuelto… (vea una escena de la película aquí: https://www.youtube.com/watch?v=WVcL6A7E6RU)

Ciertamente, hubo algunos pequeños “problemas colaterales”. Cuando Travolta despierta luego de la operación, y se ve al espejo, entra en crisis de pánico. Después de todo no es cualquier cosa saber que uno tiene el rostro del enemigo. Uno de sus compañeros de profesión intenta tranquilizarlo recordándole que aunque ahora tenía un rostro diferente, seguía siendo la misma persona. 

¿Cómo sabemos que somos la misma persona al despertar cada mañana? Definitivamente que el vernos el mismo rostro a diario juega un papel importante, pero no es lo único. Debemos también de reconocer nuestro mismo cuerpo y sobretodo las sensaciones que nos genera, tanto internas como externas. En todo momento los receptores sensoriales de nuestro cuerpo “informan” al cerebro sobre las sensaciones externas (tales como la temperatura medioambiental) e internas (tales como la posición de nuestras extremidades o dolores musculares) que percibimos. Todo este abanico de sensaciones es tan habitual que la mayor parte del tiempo parece pasar desapercibido. Pero basta con un cambio brusco en alguna de nuestras sensaciones habituales para que les prestemos atención. Por ejemplo, el dolor generado por un esguince que nos acaba de provocar una lesión es inmediatamente identificado porque no es una sensación habitual. Pasa lo mismo con cualquier sensación nueva. Pero si al despertar cada mañana experimentamos en general las mismas sensaciones a las que nuestro cuerpo nos tiene acostumbrados entonces sabemos que todo anda bien y que seguimos siendo los mismos que éramos la noche anterior cuando nos fuimos a la cama. 

Dicho de manera muy general, esta noción subjetiva de saber “que YO soy YO”, es lo que se conoce con el nombre de identidad. Digamos que la identidad es el conjunto de pensamientos, creencias, sensaciones y capacidades que posee una persona, y que le hacen saber quién es.  Así, si un día usted se despertara detectando que posee una fuerza del triple de su fuerza actual, inmediatamente notaría que algo anda mal y que ese cuerpo no es el de usted. Tal vez se alegraría por su nueva fortaleza pero también le vendría una fuerte incertidumbre por saber qué le ha ocurrido a su “yo” más débil, aquél que usted había sido hasta este día. 

La identidad personal comienza a formarse relativamente temprano en nuestro desarrollo. Hace años se popularizaron algunos estudios en los que se colocaba a niños pequeños (de alrededor de los 2 años de edad) frente a un espejo para que se observaran. Luego, un adulto le pintaba una pequeña mancha de pintura en el rostro del pequeño sin que este se diera cuenta, y luego le permitían mirarse de nuevo al espejo. Los niños se mostraban ahora sorprendidos e inmediatamente tocaban con uno de sus dedos su mancha en el rostro. Los investigadores sugerían que si el niño trataba de tocar la mancha en el reflejo del espejo se podría concluir que el niño “creía” que el reflejo se trataba de otro niño. En cambio, si el niño tocaba su propia mancha, eso nos indicaba que el niño sabía que el reflejo se trataba de él mismo, esto es, que el niño tenía una noción de sí mismo como un individuo. Este experimento se realizó posteriormente con monos (puede ver el video aquí: https://www.youtube.com/watch?v=bKE3hJgJMcA).

El tema de la identidad personal es de gran importancia en el deporte de alta competencia. Un atleta que va desarrollando paulatinamente todas sus capacidades físicas comienza a familiarizarse muy pronto con las sensaciones de fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad que su cuerpo le genera. Así, el atleta descubre que es una persona capaz de realizar grandes esfuerzos físicos que la mayoría de nosotros no podemos. Y además, el atleta recibe un constante reconocimiento y admiración de mucha gente, por lo que no solo se sabe fuerte y capaz, sino que también se sabe importante, valioso y admirado por la gente. Obviamente, todo este conjunto de sensaciones y creencias son de gran utilidad para que desarrolle la confianza en sí mismo que necesita para hacer frente a sus competencias. 

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando un deportista de alto rendimiento sufre una lesión de gravedad que le obliga a apartarse del entrenamiento por un lago periodo de tiempo? El deportista lesionado, no solo pierde capacidad de movimiento, sino que sobretodo pierde identidad. A partir de ese momento el deportista deja de ser la persona capaz que era antes de la lesión o, al menos, eso es lo que él experimenta. 

Aunque es obvio que se trata de la misma persona, el deportista lesionado pasa por un periodo psicológico lleno de dudas e incertidumbre, en el que se replantea qué va a ser de él. Automáticamente comienza a reconstruir una imagen de sí mismo, pero en esta ocasión se trata de una imagen denigrada, débil, incompetente…

En mi opinión, esta situación nos exige un plan de acción conjunta a los psicólogos, médicos, kinesiólogos y demás profesionales que rodeamos al deportista. Tan importante es sanar la herida corporal como la psicológica. Huesos, músculos y demás tejidos serán habilitados con las técnicas que los profesionales de la salud hoy en día poseen, pero será necesario también ayudar al deportista a que recupere su identidad perdida. El deportista debe de tener en claro que sigue siendo el mismo que antes era, y para ello resulta de gran ayuda la retroalimentación que recibe de todo su entorno respecto a todo aquello que no ha cambiado a pesar de su lesión. Es como si la lesión acaparara toda la atención del deportista y que eso le llevara a definirse a sí mismo como “el lesionado”  en lugar de definirse como “el mismo deportista pero que solo pasa por un periodo de recuperación”. 

Démosle a las lesiones la importancia que merecen, pero no les permitamos que sean ellas las que definan nuestra identidad. Con o sin lesión, todo deportista es un individuo competente y un ser humano valioso que merece nuestro respeto y reconocimiento, y puede estar seguro que los logros que ya ha tenido en su carrera nunca serán borrados… 
       

José Manuel Sánchez es Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Emprendimiento, Deporte, Alto Rendimiento Humano y Artes.

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