APRENDIZAJE CARDIACO Y PRECALENTAMIENTO


Psic. José Manuel Sánchez Durón
¿Recuerda usted cuando fue la última vez que vivió alguna emoción con tanta intensidad, que logró sentir los latidos de su corazón como si “quisiera salirse de su pecho”? Las emociones son reacciones muy complejas de nuestro organismo que siempre se caracterizan, entre otras muchas cosas, por latidos cardiacos característicos (dependiendo por supuesto de la intensidad de la emoción que se experimenta).
De esta manera, besar apasionadamente, vibrar por la emoción de un gol, extasiarse por un tema musical casi hasta las lágrimas, enfurecerse por una llanta ponchada bajo la lluvia, o mirar por primera vez a nuestro hijo recién nacido, son experiencias que nos hacen reaccionar con fuertes palpitaciones mismas que son un buen indicador de la emoción experimentada. Sin embargo, el corazón de todas las personas no se “comporta” de la misma manera, en el sentido de que no reacciona con la misma frecuencia de latidos ante las circunstancias.
Hagamos un experimento imaginario: si colocamos a dos personas del mismo género, de la misma edad, misma nacionalidad, similar complexión corporal y condiciones nutricionales igualmente similares, frente a una situación emotiva (digamos frente a una escena de violencia en el cine), y luego medimos su respuesta cardíaca, lo más probable es que obtengamos medidas diferentes para cada persona. ¿Cómo explicamos esta diferencia? ¿por qué sus reacciones cardiacas son no son iguales? La respuesta está en el aprendizaje.
En términos generales y útiles para esta breve exposición, diremos que el aprendizaje se refiere a todo aquél cambio en la forma de reaccionar de un organismo animal (incluido por supuesto el hombre) y de sus órganos internos como producto de las interacciones que éste tiene con el medio ambiente que le rodea a lo largo de su vida.
En el año de1920, el psicólogo estadounidense John B. Watson realizó un experimento sobre el aprendizaje de emociones único en su tipo: llevó a su laboratorio a un niño de 11 meses de edad y le mostró alternadamente algunos animales (conejo, rata y perro) colocándolos frente a él. En estas circunstancias la reacción del pequeño fue la esperada para cualquier otro de su edad, observar al animal, e intentar tocarlo. A continuación, se mostró una vez más al animal pero ahora provocando inmediatamente después un fuerte sonido a espaldas del niño, de tal intensidad que provocaba un sobresalto y agitación en él. Esta operación se repitió en varias ocasiones consecutivas: animal-ruido, animal-ruido, etc. Al cabo de unos minutos, la sola presencia del animal frente al niño, aún sin el sonido, provocaba por sí misma el sobresalto del menor.
Si bien este experimento puede ser criticado por algún argumento ético respecto a la integridad del pequeño, nos demuestra un hecho inequívoco: las reacciones corporales que podemos agrupar bajo el nombre de “miedo” (incluidas por supuesto las reacciones cardiacas) son aprendidas, en el sentido de que podemos aprendemos a temer ante cosas que originalmente no temíamos. Y esto aplicaría igual para reacciones de alegría y gozo o cualquiera de las emociones que se pudieran considerar.
Por lo tanto, podemos decir, en sentido figurado, que el corazón aprende a reaccionar ante las circunstancias, dependiendo de cuales hayan sido las experiencias que hayamos tenido con circunstancias similares en el pasado. Por esta razón le voy a llamar a lo anterior “aprendizaje cardiaco”.
Debo subrayar que hablo en sentido figurado porque en realidad el mecanismo de aprendizaje ocurre en el sistema nervioso que es el que a su vez controla los latidos del corazón. Sin embargo el concepto de “aprendizaje cardiaco” es útil porque nos permite enfocarnos exclusivamente en las reacciones del corazón –y no en otras- como producto del aprendizaje.
¿Qué implicaciones tiene la noción de aprendizaje cardíaco para el calentamiento precompetitivo? Al preparase para iniciar una competencia, el atleta comienza con ejercicios de calentamiento que de manera refleja incrementan su frecuencia cardiaca, pues el consumo de oxigeno y energético de los diferentes grupos musculares se incrementa. Se trata de un calentamiento “mecánico” en el sentido de que se recurre al movimiento real de los segmentos corporales para favorecer la puesta en marcha de todos los procesos vitales internos de salvaguarda (incluida la respuesta cardiaca). Este proceso puede beneficiarse si lo complementamos con un precalentamiento o calentamiento “psicológico”.
Si ya dijimos antes que el corazón ha aprendido a reaccionar (vía el sistema nervioso) ante las circunstancias que rodean al organismo, es posible entonces (y válido además) presentarle al corazón algo ante lo cual sepa reaccionar para favorecer de esa manera que comience a incrementar su frecuencia de latidos aún antes de comenzar la actividad física real propia del calentamiento normal (de ahí el nombre de “precalentamiento”).
Si somos observadores, muchos atletas hacen esto de manera intuitiva y sin tomar conciencia de ello mediante sus rituales de precompetencia. Por ejemplo, cuando un deportista en su vestidor observa la foto de su familia, o lee una oración religiosa, o escucha una determinada canción (regularmente la misma), se está por sí mismo exponiendo a situaciones de gran carga emotiva en las que su corazón ha aprendido a funcionar intensamente. Recrear el suceso vivido mediante una fotografía hace que el corazón reaccione en consecuencia.
La próxima vez que debas enfrentar una situación que te requiera un buen rendimiento físico o intelectual, prueba darte unos breves minutos antes para que los dediques exclusivamente al incremento de tu frecuencia cardíaca. Cuando no se tiene a la mano fotografías o música, la imaginación puede ser por sí sola una gran herramienta. Piensa en lo que te motiva, te alegra, te hace sentir fuerte, te hace vibrar, y seguramente vas a sentir cómo tu corazón reacciona inmediatamente. Como una ganancia adicional, podrás notar que la expresión de tu cara también ha cambiado.

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