Universiada Nacional 2019: la clave será el factor psicológico

UNIVERSIADA NACIONAL 2019: LA CLAVE SERÁ EL FACTOR PSICOLÓGICO 
Psic. José Manuel Sánchez
Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC


Los años como estudiante universitario transcurren rápidamente. Un día ingresas a cursar tus estudios profesionales y un instante más tarde (si es que te aplicaste lo suficiente) ya tienes tu título en las manos. Son años en los que se van a sentar las bases sobre tu futuro profesional, dependiendo de los aprendizajes y hábitos que adquieras respecto al área del saber que hayas elegido. Y son al mismo tiempo años en los que se establecen numerosos vínculos afectivos con nuevos compañeros, maestros, e infinidad de personajes que vas conociendo en tu camino. ¿Cómo no se va a extrañar nuestra alma máter

Mi carrera como psicólogo deportivo la inicié precisamente en deporte universitario, específicamente con los selectivos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, mi antigua casa. Desde entonces me ha interesado de manera particular este sector deportivo, el estudiantil, desde el punto de vista de comprender los complejos procesos psicológicos que inciden en el rendimiento de los futuros profesionistas. 

Años más tarde, y después de navegar en deporte infantil y profesional, regresé al ambiente universitario como psicólogo de los selectivos de la Universidad de Guadalajara (mi tercera casa académica, ya que la segunda lo fue la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid). Lo que me resulta tan atractivo del deporte universitario es esa cierta dualidad en la evolución de los rasgos del desarrollo juvenil. Por un lado, es evidente que con el paso de los años y la evolución social los jóvenes avanzan en lo referente a información poseída, no solo de temas de preparación deportiva sino de cualquier ámbito. Pero al mismo tiempo se conservan muchas de las necesidades fundamentales en materia psicológica para el rendimiento (lo que conocemos como variables psicológicas), como lo son la necesidad de una autoconfianza plena, de comunicación, de concentración, de manejo del estrés, etc. 

El reto para el psicólogo deportivo que trabaja con estas edades es muy interesante dadas las características del sector estudiantil. Los jóvenes universitarios poseen una capacidad de entendimiento y análisis tan amplia que logran asimilar rápidamente la información que se les brinda, incluso la cuestionan muchas ocasiones. Obviamente que esto es muy positivo pues el pensamiento crítico que se fomenta en las universidades es un arma poderosa para abrirse camino en la vida. Por lo tanto el psicólogo debe de brindar información estimulante para que al atleta universitario le resulte atractiva la propuesta de trabajo psicológico que va a implementarse.   

Y al mismo tiempo, el psicólogo debe de tener la sensibilidad para identificar cómo transcurre el desarrollo psicológico de cada atleta en lo referente a cada una de las variables psicológicas de competencia a las que ya me he referido. Tomemos en cuenta que un estudiante puede poseer ese pensamiento crítico al que hice alusión antes, y sin embargo ser preso de su miedo al competir. O puede poseer cantidades enormes de información respecto al entrenamiento deportivo de actualidad y sin embargo no ser capaz de controlar su ira cuando su rival en turno lo “saca de quicio”. Mi intención al mencionar esta clase de ejemplos es la de ilustrar que el deporte universitario se conduce entre la sensatez de individuos académicamente preparados y la muchas veces irracional, visceral, incontrolable y errática respuesta emocional de esos mismos individuos al enfrentar situaciones de elevado estrés tales como una Universiada Nacional. 

Dado el impacto que las variables psicológicas tienen sobre el rendimiento deportivo estudiantil resulta llamativo que sólo algunos de los selectivos universitarios que acuden año tras año a la Universiada Nacional cuenten con un adecuado asesoramiento psicológico. No menosprecio el valioso trabajo de los entrenadores que “a su entender” buscan aportarles a sus deportistas herramientas psicológicas dentro de su plan de entrenamiento, pero considero es obvio que esos mimos entrenadores verían favorecido su empeño al contar con el asesoramiento de un psicólogo especializado en deporte, esto es, un profesional que cuente con preparación académica en psicología deportiva y que además tenga la experiencia de haber asesorado atletas y entrenadores. 

¿Y cómo debería de trabajar este profesionista? Los que alguna vez tuvimos vida universitaria sabemos que en esa etapa aún estamos en proceso de maduración emocional. El joven universitario ciertamente conoce sus cualidades pero aun no es capaz de regular sus reacciones ante la adversidad de manera óptima. Sumemos además que no es algo raro que los jóvenes deportistas acarreen sobre sus espaldas una serie de problemáticas académicas, familiares, económicas y de pareja que le dificultan su plena entrega a la preparación deportiva. 

Por lo tanto, el psicólogo deportivo será de gran ayuda al identificar en qué medida el deportista cree conocer sus propias cualidades y con qué recursos cuenta para enfrentar la adversidad. Así mismo, el psicólogo puede valorar el impacto que los problemas económicos y sociales tienen sobre el rendimiento de los deportistas para ayudar a quitarles (en la medida de lo posible) estas cargas adicionales que no les permiten enfocarse al cien por ciento en su preparación. 

Al menos en mi experiencia, los jóvenes universitarios son altamente receptivos a la ayuda psicológica siempre y cuando el psicólogo demuestre un compromiso real con ellos. Dicho sea de paso, el psicólogo para ganarse la confianza de los atletas deberá de estar ahí con ellos todo el tiempo, codo a codo, brindando el soporte que necesiten en su actuar cotidiano. Dejemos en el pasado la idea de que la intervención psicológica en el deporte se debería de basar en ocasionales pláticas grupales o en una “charla motivacional” previa a la competición importante. El comportamiento de cada deportista –y del equipo- obedece a mecanismos dinámicos que operan de manera continua. Si se quiere incidir favorablemente en el desempeño del equipo se deberá de implementar un plan de trabajo tipo acompañamiento permanente. Sólo el psicólogo que haga presencia en cada entrenamiento y competencia será considerado verdaderamente como un miembro más del equipo. Y con ello habrá logrado un paso importante para que los deportistas le brinden la confianza que necesita para realizar su labor.

¿Te gustaría contar con la preparación psicológica para tus atletas? Solicita informes en info@depsic.com 

José Manuel Sánchez Durón es Psicólogo formado en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, UDG y Comité Olímpico Mexicano. Es director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Emprendimiento, Deporte, Alto Rendimiento Humano y Artes.

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¿A qué ritmo arrancas el 2019?

¿A QUÉ RITMO ARRANCAS EL 2019?
J. M. Sánchez
Depsic Psicología y Alto Rendimiento



Una de mis mayores aficiones -además de la Psicología- es la música. Sin duda mi padre ejerció una gran influencia en ello pues comencé a entrenarme con su propia guitarra desde muy joven. La música representa para mí una oportunidad inigualable para vivir y compartir alegría, amor, desilusiones, etc. Cuando se trata de escribir o cantar una canción, las emociones son la materia prima perfecta…

Uno de los elementos inherentes a la música es el ritmo. Básicamente, podemos decir que el ritmo es el manejo del tiempo que hace cada tema musical. Las notas de la melodía duran cierto lapso de tiempo, a veces más y a veces menos, y por supuesto se repiten a lo largo de la composición. Por esta razón, el músico debe de hacer un manejo preciso de las notas a reproducir así como de los tiempos (ritmo) que cada una requiere.

Sobra decir que cada ritmo impacta de manera diferente en la persona que los escucha. Definitivamente no reaccionamos igual cuando escuchamos una batucada que cuando se trata de un vals. Los ritmos acelerados provocan un efecto similar en nuestra frecuencia cardíaca y respiratoria, nos incitan a movernos. En cambio, los ritmos lentos y aletargados nos invitan a la calma. Dime qué ritmos escuchas y te diré cómo te encuentras…

El tema del ritmo me resulta apasionante, no solo en cuestiones musicales, sino sobretodo porque el ritmo es algo que rige prácticamente toda nuestra vida. Aquí algunos ejemplos. En términos generales, ingerimos alimento y dormimos cada cierto número de horas, y este ritmo tiende a repetirse por años. Y si ese ritmo se altera por un lapso de tiempo prolongado (por ejemplo pasar más horas de las acostumbradas sin dormir o sin comer) experimentamos afectaciones en nuestra salud física y emocional.       



Veamos otro ejemplo. Cuando usted camina, regularmente lo hace a un mismo ritmo (a menos que lleve prisa). Y lo mismo pasa prácticamente con cualquier actividad que usted realice en el día, como platicar, trabajar, escribir, lavarse los dientes, beber un café, leer o tener sexo. Usted realiza cada una de estas tareas a su propio ritmo si no existe alguna circunstancia externa que lo obligue a alterarlo. Y es precisamente este ritmo personal de vivir lo que hace que los demás nos califiquen como personas hiperactivas, inquietas, intensas o lentas, pasivas, tranquilas. 


Hace varios años, el psicólogo francés Henry Wallon, se interesó por el estudio de las relaciones entre el tono muscular (el grado de contracción de las fibras musculares) y el desarrollo del carácter. Propuso que la manera en la que generamos, conservamos y consumimos el tono muscular determina –al menos en buena medida- la calidad de nuestra vida afectiva. Así pues, no posee el mismo carácter, ni reacciona emocionalmente de la misma manera, una persona acostumbrada a mantener una tensión muscular elevada que aquélla que aprende a mantenerse relajada la mayor parte del tiempo. 

Derivado de este teoría, una de las discípulas de Wallon, de nombre Mira Stambak, publicó un estudio (Tono y psicomotricidad) en el que evaluó el nivel de tonicidad muscular de una muestra de niñas y niños, clasificándolos como hipotónicos (aquéllos con un bajo nivel de tonicidad) e hipertónicos (aquéllos con un elevado nivel de tonicidad). Luego correlacionó esta clasificación con observaciones sobre el comportamiento de los chicos. Descubrió que los chicos hipotónicos eran más tranquilos que los hipertónicos, los cuales tendían a mantenerse activos. 

Este tipo de estudios son evidencia de que algunas condiciones biológicas determinan en buena medida el ritmo al que vivimos. Por supuesto solo me he referido a la condición biológica del tono muscular pero igualmente podríamos mencionar otras condiciones, tales como las ondas cerebrales o el nivel de maduración neuronal. El punto es que el estado y características de nuestro cuerpo (a nivel muscular y neural) constituyen el primer factor que imprime el ritmo con el que tendemos a reaccionar ante la vida, ya sea un ritmo acelerado o pausado. 


El segundo factor, y no menos importante que el primero, es el entorno. Cuando digo “entorno” me refiero a las circunstancias que nos rodean –y que debemos de enfrentar- en el curso de nuestra vida. Cada uno de nosotros se desarrolla en un entorno diferente, situaciones que van desde la comodidad hasta la necesidad, desde la sobreprotección al desamparo, desde la paz hasta la guerra. Independientemente de las características tónicas o neurales de cada individuo, éste nace y se desarrolla en entornos que le exigen en mayor o menor medida, y a los cuales debe adaptarse para sobrevivir. Y literalmente se adapta. Afortunadamente, nuestro porvenir no solo depende del estado de nuestros músculos y conexiones neurales al nacer, sino de nuestra capacidad para modificarlos, que es lo que permite la adaptación oportuna a las exigencias de nuestro entorno. 

Nuestra capacidad de adaptación es algo sublime y refleja nuestra capacidad de modificarnos. Dicha capacidad nos otorga un poder nada despreciable. Por ejemplo, aunque tengamos una tendencia natural a actuar bajo cierto ritmo, también podemos hacer algo para regularlo. La “regulación” es un concepto clave. Regular significa tomar el control voluntario de nuestras tendencias de actuar, para acelerar o frenar a voluntad la velocidad con la que reaccionamos a nuestro entorno. Así pues, no somos víctimas pasivas de un entorno y que solo reaccionamos automáticamente a las circunstancias. También podemos desarrollar la capacidad de decidir los momentos precisos para actuar y aquéllos para mantener la calma. 

Todo lo que he dicho hasta aquí me sirve como antecedente para “aterrizar” en la cuestión que me interesa compartirle amigo(a) lector(a). En este momento, arrancando este nuevo año, usted se encuentra en un momento de su vida que no va a volver a repetirse. Usted pasa por una etapa en la que ha vivido momentos buenos y malos, afortunados y desafortunados. En este momento por el que usted pasa, ¿necesita mantener el ritmo de acción que ha venido demostrando hasta la fecha? o por el contrario ¿necesita modificarlo, tal vez acelerarlo o tal vez frenarlo? 

En un escenario ideal, cada uno de nosotros mantendría un ritmo de actividades acorde a las exigencias de su etapa de vida actual. Digamos que habría un equilibrio más o menos estable. Pero ocurren problemas cuando se rompen los equilibrios. En mi experiencia como asesor empresarial sé que el mundo laboral somete a las personas a un ritmo de trabajo que en muchas ocasiones rebasa la capacidad de respuesta del individuo. Hay personas que literalmente viven para trabajar sin descanso y ese ritmo de vida les cobra una cara factura. Vivir atendiendo a mil pendientes al día genera un desgaste que se traducirá tarde o temprano en problemas cardíacos e insatisfacción personal. 

La otra cara de la moneda son las personas que están dejando pasar un tiempo valioso en sus vidas. Como cuando nuestras actividades cotidianas no consumen todo nuestro potencial y de alguna manera conservamos una reserva de recursos desperdiciados. En ese caso se encuentran las personas que se conforman con su situación actual. No creo que sea despreciable sentirnos conformes con lo que hemos logrado, solo digo que si aceleramos un poco el ritmo podemos conseguir nuevos frutos que tampoco nos vendrán nada mal para nuestro futuro. 

¿Cómo sabemos si necesitamos mantener, acelerar o frenar el ritmo con el que vivimos? Obviamente esta es una pregunta compleja que amerita ser respondida con cautela y responsabilidad. En mi opinión, podemos apoyarnos en algunos criterios básicos como los siguientes:

a) Evalúe si el ritmo de vida que usted lleva le es suficiente para hacer frente de manera favorable a las exigencias de sus circunstancias de vida. Si todo lo que usted hace actualmente le basta para satisfacer sus necesidades (y en su caso también las de la gente que depende de usted) entonces usted se encuentra en equilibrio.

b) Si usted considera que lo que usted hace no le es suficiente para obtener lo que necesita o si siente que es capaz de hacer más de lo que actualmente hace, entonces necesita acelerar el ritmo. Necesita organizar su tiempo para incorporar nuevas actividades o para multiplicar las que ya realiza.  

c) Si usted viene experimentando un desgaste acumulado que ha repercutido en la calidad de sus relaciones sociales y familiares, y que incluso ha repercutido en sus hábitos de descanso, entonces necesita disminuir el ritmo de sus actividades. 

Tome en cuenta que los tres criterios que aquí le comparto son solo una pauta para reflexionar al respecto. Un análisis más detallado amerita conocer muchos detalles de su etapa de vida y de su historia personal. Si usted lo desea yo puedo auxiliarle al respecto. Por lo pronto, vamos a cerrar este artículo. He querido hacerle ver la importancia de reflexionar sobre el ritmo en el que usted vive. Usted ha aprendido a vivir a un cierto ritmo y eso es normal. Pero también es necesario evaluar si usted vive al ritmo que más le conviene en esta etapa de su vida. La vida es como la música, y aprender a vivir implica desarrollar la sensibilidad para detectar los momentos para mantener, acelerar o disminuir el ritmo…

¿Te gustaría recibir una asesoría personal sobre este tema? Escribe a info@depsic.com 




José Manuel Sánchez Durón es Psicólogo formado en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, UDG y Comité Olímpico Mexicano. Es director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Emprendimiento, Deporte, Alto Rendimiento Humano y Artes.

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Conócete a ti mismo y resistirás la adversidad

Conócete a ti mismo y resistirás la adversidad
Psic. José Manuel Sánchez Durón 
Depsic Psicología y Alto Rendimiento S.C.

En los más de 15 años que tengo desempeñándome como psicólogo deportivo, he podido constatar que hay ciertos aspectos que resultan fundamentales para el éxito deportivo ya sea de deportistas infantiles o de alto rendimiento. Uno de estos aspectos lo es sin duda la capacidad que el deportista desarrolle para hacer frente a la adversidad. Algunos autores utilizan el término de “resiliencia” para referirse a dicha capacidad. Por ejemplo,  Paulus  y su equipo de colaboradores  definieron la resiliencia como la habilidad de adaptarnos positivamente al estrés, trauma y la adversidad, situaciones que todos sabemos que ocurren en el deporte.

         Ahora bien, lo que no todos sabemos es cómo explicar el hecho de que algunas personas muestran una gran capacidad de afrontamiento a la adversidad mientras que algunas otras se derrotan con relativa facilidad. ¿Qué es lo que determina que una persona no se rinda?, ¿podemos desarrollar la resiliencia en deportistas derrotistas?  

          A lo largo de la historia del deporte se han formulado diferentes respuestas a las preguntas anteriores, respuestas que van desde el sentido común hasta las que se apoyan en evidencia científica. Así, hay quienes afirman que basta con que un deportista “se proponga” conseguir sus objetivos a costa de lo que sea, como si el solo hecho de proponérselo bastara para ser capaces de hacerle frente a cuanto obstáculo surgiera en el camino. Si bien es cierto que muchos deportistas exitosos se han propuesto conseguir sus metas y lo han logrado, también es cierto que muchos más también se lo han propuesto y no han tenido la misma fortuna. Al menos en materia de logros deportivos a largo plazo, es obvio que el poder de nuestros deseos es más bien limitado si no se cumplen también otras condiciones.

Otra posible explicación de la resiliencia en el deporte está basada en el mecanismo de la imitación. Desde este punto de vista, un deportista puede ser resistente a la adversidad a partir de que lo ha aprendido de otras personas, mismas que pueden ser otros deportistas o personas significativas como sus padres, abuelos, etc. La explicación a partir del mecanismo de imitación parece más sensata que la que acabo de mencionar (la de solo “proponérselo”) desde que existe considerable evidencia de que los humanos somos seres que efectivamente aprendemos mucho de nuestro comportamiento mediante la imitación de otros. Sólo por mencionar un ejemplo, el psicólogo Albert Bandura comprobó hace décadas que niños a los cuales se les habían mostrado videos de una persona agrediendo a un muñeco inflable repetían ese mismo comportamiento cuando tenían la oportunidad de jugar con dicho muñeco. Ese comportamiento agresivo no lo mostraban otros niños que no habían visto los videos. 

Los avances neurológicos de nuestro tiempo nos permiten también explorar nuevas explicaciones a mecanismos psicológicos tan complejos  como el de la resiliencia. Por ejemplo, los autores que mencioné más arriba publicaron un interesante artículo titulado “When the brain does not adequately  feel the body: links between low resilience and interoception” (“Cuando el cerebro no siente el cuerpo adecuadamente: relaciones entre baja resiliencia e interocepción”). En dicho artículo, los autores proponen que las personas con baja resiliencia poseen una menor sensibilidad interoceptiva, esto es, una menor capacidad de reconocer las sensaciones de su propio cuerpo, en comparación a personas de media o alta resiliencia. Al poseer menor capacidad de reconocer las propias sensaciones corporales, estas personas tendrían dificultad para predecir cómo se encontrarán físicamente si se exponen a  situaciones estresantes durante cierto tiempo, y eso les obligaría a activar un mayor número de áreas cerebrales que aquéllas personas que –al poseer suficiente información sensorial del estado de su cuerpo- son más capaces de predecir acertadamente cómo va a reaccionar su cuerpo si continúan en el esfuerzo de seguir adelante. 

La hipótesis de estos autores me resulta sumamente gratificante. En mi opinión, una de las cosas que más exige el deporte es que el deportista conozca a plenitud las sensaciones que le brinda su propio cuerpo. Si un gimnasta no siente la fuerza de sus piernas no tendrá la confianza de intentar un salto mortal, y si un tenista no sabe donde se encuentra su mano que empuña la raqueta no podrá dar el golpe exacto a la pelota tan pronto ésta se coloque en la posición ideal. En otras palabras, no es posible ningún movimiento corporal preciso si no es antecedido por la sensación adecuada. Para cualquier gesto deportivo, sensación y movimiento son los dos componentes indisociables que lo articulan. Por lo tanto, si la sensación no es la adecuada o resulta insuficiente, la capacidad de respuesta del atleta será menor pues no podrá confiar en sí mismo bajo la presión de situaciones amenazantes. 

         Por lo tanto, entrenadores y profesionales de las ciencias del deporte, tenemos  el reto de ayudar al deportista a que reconozca su sensibilidad interna, su interocepción, el abanico de sensaciones que le brinda en todo momento su propio cuerpo. Sólo quien se conoce internamente podrá tener la suficiente entereza para poder conquistar los retos de su mundo exterior…
  


¿Te gustaría conocer los servicios de psicología deportiva que tenemos para ti? Escribe a info@depsic.com ¡y nos comunicaremos contigo!    
 


José Manuel Sánchez Durón es Psicólogo formado en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, UDG y Comité Olímpico Mexicano. Es director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Emprendimiento, Deporte, Alto Rendimiento Humano y Artes.

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Reto liguilla: fortalecer el clima emocional del equipo

RETO LIGUILLA: FORTALECER EL CLIMA EMOCIONAL DEL EQUIPO
Psic. José M. Sánchez


Las emociones juegan un papel fundamental en la vida de cualquier ser humano. Las personas reaccionamos a las diferentes situaciones bajo un diferente estado emocional que puede ir de la felicidad al enojo o la tristeza, dependiendo de si nos sentimos protegidos o amenazados, capaces o incapaces, acompañados o en equipo. Cualquiera que sea el caso, son nuestras emociones las que nos impulsan a reaccionar de manera amistosa, agresiva, tímida o con determinación. Son esas emociones las que llevan a un hombre a abandonar su tierra para conseguir la comida para su familia que ama, las mismas emociones que hacen que una madre pueda soportar hambre y frío por el bienestar de sus hijos. Amor, odio, felicidad, esperanza, miedo, valentía. Las mismas emociones que determinan el resultado de un partido de fútbol…    

Cuanto más próximo se encuentra un partido decisivo, digamos de liguilla, el factor emocional se vuelve determinante. Mientras que a pocas horas de un partido importante no es posible conseguir una mejora aeróbica, ni adquirir un  nuevo gesto técnico, ni aprender alguna nueva estrategia en el parado del equipo, en cambio sí es posible impulsar el CLIMA EMOCIONAL del equipo. El clima emocional es un sentimiento que se comparte en el interior del equipo, como cuando se percibe seguridad o inseguridad, confianza o desconfianza, compañerismo o apatía. Todo esto resulta fundamental cuando se comprende que el clima emocional de un equipo va a tener un impacto fundamental en el partido que se va a jugar. Si en el interior del equipo se percibe un clima de inseguridad, desconfianza o poca motivación el resultado será catastrófico. En cambio, un clima emocional positivo, de ímpetu y vigor incrementa considerablemente las posibilidades de triunfo.      

¿A quién le corresponde GENERAR el clima emocional en el interior del equipo? Todos los jugadores tienen su parte de responsabilidad para ello. Cada uno pone su “granito de arena” al adoptar una actitud de compromiso, responsabilidad y confianza en los compañeros. Y quien no lo haga no estará en sintonía con el resto. Sin embargo, no todos los jugadores poseen la capacidad de regular sus propios estados emocionales y menos aún de generar estados emocionales positivos en los demás. Esto es normal hasta cierto punto, ya que la capacidad de “autogenerar” (generarse a uno mismo) estados emocionales positivos requiere de una madurez que no todos alcanzan, al menos durante su vida como jugadores en activo. De ahí que resulte determinante la fortaleza emocional del cuerpo técnico y su capacidad de transmitirla al equipo. Entrenador, auxiliares, PF, médico, rehabilitadores, psicólogos, nutriólogos, etc., todos podemos –Y DEBEMOS- promover el clima emocional que el equipo necesita. ¿Cómo podemos hacerlo?

Son muchas las estrategias de las que podemos echar mano. Aquí mencionaré solo dos ejemplos. Imanol Ibarrondo fue el personaje encargado de promover los estados emocionales de la Selección Mexicana en el proceso de Juan Carlos Osorio. De origen español, Ibarrondo propone hacerle ver al jugador su potencial interior, su semilla, la cual es capaz de salir a flote para lograr el éxito. Otra estrategia es la de Joaquín Valdés, psicólogo llevado por Luis Enrique al Barcelona FC (y ahora a la selección española). En palabras de Luis Enrique, Valdés brinda su apoyo ayudando al entrenador en la gestión de sus propias emociones para a su vez tener un mejor impacto en el equipo. 

En mi opinión, este es un buen momento para que el cuerpo técnico reflexione sobre las siguientes preguntas: ¿Cree usted en la capacidad de sus jugadores?, ¿se los hace saber?, ¿les ha ayudado a que conozcan cabalmente sus cualidades futbolísticas?, ¿es capaz de sacarlos de su zona de confort?, ¿les ayuda a que amplíen su perspectiva de la vida para que se den cuenta de que su carrera puede terminar en cualquier momento?, ¿usted sabe como quitarles de encima sus problemas extra cancha?, ¿hace usted algo para promover el compañerismo y apoyo entre ellos?, ¿conoce sus miedos y les ayuda a superarlos? 

Aquí algunas recomendaciones sencillas para que el cuerpo técnico promueva el clima emocional positivo en el grupo:

1.- Convénzase a usted mismo de que USTED es excelente en lo que hace, ya sea como entrenador, auxiliar, PF, médico, etc. La seguridad que usted posea en usted mismo se transmite a los demás.

2.- Transmita confianza a sus jugadores, demuestre que usted cree en ellos. 

3.- Sea muy breve y claro cuando quiera corregir algún aspecto del desempeño de sus jugadores. Y no olvide recordarles los aciertos que han tenido durante el torneo.

4.- Entienda que ningún jugador ve el fútbol como usted lo ve.

5.- Ayude al jugador a descubrir sus propias fortalezas de carácter.

6.- Si usted tiene algún problema personal o familiar no lo lleve al equipo, y pida a los jugadores que tampoco lo hagan.

7.- No demuestre duda por medio de su lenguaje corporal el día del partido importante. Muéstrese firme y convencido.

8.- Sólo utilice comentarios positivos en el vestidor.

9.- Busque los motivos que mueven a cada jugador (a nivel personal o familiar) en lugar de querer imponerle los suyos propios.

10.- Sea congruente con usted mismo y con los ideales que usted tenía cuando comenzó su carrera en el fútbol. Predique con el ejemplo. 


"Cuando el rendirnos no es una opción, nuestras emociones deben de ser nuestras mejores aliadas. Controlar las emociones significa saber mantener la cabeza fría en la adversidad pero también saber encenderse cuando se requiere una entrega total. Quien controla su mundo interior también logrará controlar el mundo en el que vive…"  


José Manuel Sánchez es Psicólogo formado en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, UDG y Comité Olímpico Mexicano. Es director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Emprendimiento, Deporte, Alto Rendimiento Humano y Artes.

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Me lesioné... ¿quién soy ahora?

ME LESIONÉ… ¿QUIEN SOY AHORA? 
José Manuel Sánchez


Hace algunos años me interesé por una película llamada Face-Off (traducida en México como “Contracara”) protagonizada por John Travolta y Nicolas Cage en la que el primero representaba a un policía y el segundo a un delincuente. La trama versaba sobre una estrategia policial para obtener información que el delincuente (Cage) se negaba a proporcionar. El plan era que Travolta se hiciera pasar por Cage en prisión y así poder averiguar la información buscada entre los amigos de este último. El problema de hacer pasar al policía por el delincuente se resolvió fácilmente: un grupo de médicos especialistas en materia de trasplantes cortaron los rostros de ambos protagonistas y los intercambiaron. Asunto resuelto… (vea una escena de la película aquí: https://www.youtube.com/watch?v=WVcL6A7E6RU)

Ciertamente, hubo algunos pequeños “problemas colaterales”. Cuando Travolta despierta luego de la operación, y se ve al espejo, entra en crisis de pánico. Después de todo no es cualquier cosa saber que uno tiene el rostro del enemigo. Uno de sus compañeros de profesión intenta tranquilizarlo recordándole que aunque ahora tenía un rostro diferente, seguía siendo la misma persona. 

¿Cómo sabemos que somos la misma persona al despertar cada mañana? Definitivamente que el vernos el mismo rostro a diario juega un papel importante, pero no es lo único. Debemos también de reconocer nuestro mismo cuerpo y sobretodo las sensaciones que nos genera, tanto internas como externas. En todo momento los receptores sensoriales de nuestro cuerpo “informan” al cerebro sobre las sensaciones externas (tales como la temperatura medioambiental) e internas (tales como la posición de nuestras extremidades o dolores musculares) que percibimos. Todo este abanico de sensaciones es tan habitual que la mayor parte del tiempo parece pasar desapercibido. Pero basta con un cambio brusco en alguna de nuestras sensaciones habituales para que les prestemos atención. Por ejemplo, el dolor generado por un esguince que nos acaba de provocar una lesión es inmediatamente identificado porque no es una sensación habitual. Pasa lo mismo con cualquier sensación nueva. Pero si al despertar cada mañana experimentamos en general las mismas sensaciones a las que nuestro cuerpo nos tiene acostumbrados entonces sabemos que todo anda bien y que seguimos siendo los mismos que éramos la noche anterior cuando nos fuimos a la cama. 

Dicho de manera muy general, esta noción subjetiva de saber “que YO soy YO”, es lo que se conoce con el nombre de identidad. Digamos que la identidad es el conjunto de pensamientos, creencias, sensaciones y capacidades que posee una persona, y que le hacen saber quién es.  Así, si un día usted se despertara detectando que posee una fuerza del triple de su fuerza actual, inmediatamente notaría que algo anda mal y que ese cuerpo no es el de usted. Tal vez se alegraría por su nueva fortaleza pero también le vendría una fuerte incertidumbre por saber qué le ha ocurrido a su “yo” más débil, aquél que usted había sido hasta este día. 

La identidad personal comienza a formarse relativamente temprano en nuestro desarrollo. Hace años se popularizaron algunos estudios en los que se colocaba a niños pequeños (de alrededor de los 2 años de edad) frente a un espejo para que se observaran. Luego, un adulto le pintaba una pequeña mancha de pintura en el rostro del pequeño sin que este se diera cuenta, y luego le permitían mirarse de nuevo al espejo. Los niños se mostraban ahora sorprendidos e inmediatamente tocaban con uno de sus dedos su mancha en el rostro. Los investigadores sugerían que si el niño trataba de tocar la mancha en el reflejo del espejo se podría concluir que el niño “creía” que el reflejo se trataba de otro niño. En cambio, si el niño tocaba su propia mancha, eso nos indicaba que el niño sabía que el reflejo se trataba de él mismo, esto es, que el niño tenía una noción de sí mismo como un individuo. Este experimento se realizó posteriormente con monos (puede ver el video aquí: https://www.youtube.com/watch?v=bKE3hJgJMcA).

El tema de la identidad personal es de gran importancia en el deporte de alta competencia. Un atleta que va desarrollando paulatinamente todas sus capacidades físicas comienza a familiarizarse muy pronto con las sensaciones de fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad que su cuerpo le genera. Así, el atleta descubre que es una persona capaz de realizar grandes esfuerzos físicos que la mayoría de nosotros no podemos. Y además, el atleta recibe un constante reconocimiento y admiración de mucha gente, por lo que no solo se sabe fuerte y capaz, sino que también se sabe importante, valioso y admirado por la gente. Obviamente, todo este conjunto de sensaciones y creencias son de gran utilidad para que desarrolle la confianza en sí mismo que necesita para hacer frente a sus competencias. 

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando un deportista de alto rendimiento sufre una lesión de gravedad que le obliga a apartarse del entrenamiento por un lago periodo de tiempo? El deportista lesionado, no solo pierde capacidad de movimiento, sino que sobretodo pierde identidad. A partir de ese momento el deportista deja de ser la persona capaz que era antes de la lesión o, al menos, eso es lo que él experimenta. 

Aunque es obvio que se trata de la misma persona, el deportista lesionado pasa por un periodo psicológico lleno de dudas e incertidumbre, en el que se replantea qué va a ser de él. Automáticamente comienza a reconstruir una imagen de sí mismo, pero en esta ocasión se trata de una imagen denigrada, débil, incompetente…

En mi opinión, esta situación nos exige un plan de acción conjunta a los psicólogos, médicos, kinesiólogos y demás profesionales que rodeamos al deportista. Tan importante es sanar la herida corporal como la psicológica. Huesos, músculos y demás tejidos serán habilitados con las técnicas que los profesionales de la salud hoy en día poseen, pero será necesario también ayudar al deportista a que recupere su identidad perdida. El deportista debe de tener en claro que sigue siendo el mismo que antes era, y para ello resulta de gran ayuda la retroalimentación que recibe de todo su entorno respecto a todo aquello que no ha cambiado a pesar de su lesión. Es como si la lesión acaparara toda la atención del deportista y que eso le llevara a definirse a sí mismo como “el lesionado”  en lugar de definirse como “el mismo deportista pero que solo pasa por un periodo de recuperación”. 

Démosle a las lesiones la importancia que merecen, pero no les permitamos que sean ellas las que definan nuestra identidad. Con o sin lesión, todo deportista es un individuo competente y un ser humano valioso que merece nuestro respeto y reconocimiento, y puede estar seguro que los logros que ya ha tenido en su carrera nunca serán borrados… 
       

José Manuel Sánchez es Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Emprendimiento, Deporte, Alto Rendimiento Humano y Artes.

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¿Cómo actúa usted ante la adversidad?

¿CÓMO ACTÚA USTED ANTE LA ADVERSIDAD? 
Psic. José M. Sánchez


         Los seres humanos -y los seres vivos en general- vivimos enfrentando retos constantemente. De hecho, el comienzo mismo de nuestra vida fuera del útero materno (el día de nuestro nacimiento) constituye un gran reto: lograr salir con vida para aprender a vivir respirando el aire que nos rodea. Por supuesto que ese gran primer reto lo afrontamos con la ayuda de terceras personas (por ejemplo médicos y enfermeras si es que usted vino al mundo en alguna clínica hospitalaria) pero a partir de ese momento la responsabilidad de la gran mayoría de nuestros retos será exclusivamente nuestra. Definitivamente que la vida sería mucho más sencilla si siempre tuviéramos a médicos y enfermeras que nos ayudaran a sortear los retos cotidianos, pero seguramente también sería muy aburrida. 

        Por supuesto que hay de retos a retos, pues no todos tienen el mismo nivel de dificultad para ser superados. Por ejemplo, un bebé enfrenta el reto de aprender a ponerse de pie y caminar. Ciertamente que se trata de un reto difícil ya que el niño promedio no sabe hacerlo antes de su primer año y la fuerza de sus piernas no está completamente desarrollada. No obstante, si el niño es estimulado en el momento adecuado de su maduración seguramente va a lograrlo. De hecho la gran mayoría de los niños lo logra. Un caso muy diferente es el de todas aquéllas situaciones que nos hacen creer que no podemos superarlas porque rebasan nuestra capacidad de hacerles frente. Me refiero a enfermedades o lesiones de gravedad, a la muerte de un ser querido, a una ruptura amorosa, a la pérdida de nuestros bienes materiales por una catástrofe, a la quiebra de nuestro trabajo o negocio, al desarrollo de la dependencia a sustancias nocivas, etc. Situaciones graves que nos pueden ocurrir a cualquiera, pero que no cualquiera parece enfrentar de la mejor manera. 

        Piense usted en una situación grave que considere haber vivido. ¿Cree usted que la enfrentó de la mejor manera?, ¿cree usted que sería capaz de enfrentar algo aún más difícil?, ¿en base a qué criterios usted considera que una situación rebasa sus capacidades de afrontarla?

        Nuestra inteligencia y nuestro carácter se ponen a prueba en relación a las situaciones que vamos viviendo. Quien pocos problemas ha tenido en la vida poco conoce también de su capacidad para enfrentar situaciones difíciles. Por lo tanto, estoy convencido de que el enfrentar retos es una vía excepcional para descubrir de lo que somos capaces. 

       Sin embargo surge aquí un detalle muy interesante sobre el que quiero reflexionar. Si son los retos que enfrentamos día a día los que nos van ayudando a descubrir nuestras capacidades de lucha y superación, entonces podemos concluir que el conocimiento que tenemos de nuestras capacidades depende del grado en que éstas hayan sido puestas a prueba. En otras palabras, una persona puede tener una gran confianza en sí misma para salir adelante si ha enfrentado grandes adversidades en el pasado y ha logrado salir adelante. Pero, ¿qué pasaría si esa misma persona solo hubiera enfrentado en su vida problemas de mediana o baja dificultad? En un caso así, esa persona solamente se sabría capaz de enfrentar problemas pequeños y sin duda estaría temerosa de enfrentar dificultades mayores. ¿Cree usted que la magnitud de los problemas que ha vivido hasta ahora es lo que determina qué tanta capacidad posee usted para superar las adversidades?

       En mi opinión esto no necesariamente es así, pero también creo que mucha gente está convencida de ello. Ciertamente todos tenemos un límite para soportar la adversidad pero el problema que aquí quiero señalar es que muchas veces creemos que ya hemos llegado a nuestro límite aunque eso no sea cierto. Como cuando vamos “muertos de cansancio” a nuestra casa y repentinamente un perro de apariencia poco amigable nos comienza a perseguir e inmediatamente corremos despavoridos "sin recordar" que ya no teníamos energía. ¿O acaso los perros callejeros tienen el poder de transmitirnos energía para hacernos huir de sus colmillos?

El novelista británico Piers Paul Read publicó en el año 1974 el libro “¡Viven!” en el que narra la tragedia del equipo de rugby Old Christians, quienes al volar desde Montevideo hacia Santiago de Chile sufrieron un accidente que les llevó a estrellarse en los Andes en el año 1972. Sorpresivamente varios de los 45 pasajeros sobrevivieron al accidente. No obstante, la región montañosa en la que quedaron atrapados y las tormentas de nieve que ocurrían en esa época del año hacían imposible su localización por lo que las autoridades los dieron por muertos y ellos tuvieron que permanecer ahí casi tres meses antes de ser rescatados. Las condiciones extremas de su espera llevaron a la muerte a varios, y quienes lograron sobrevivir narrarían posteriormente que a falta de alimento se vieron en la necesidad de comer carne humana de sus compañeros fallecidos. 

      Técnicamente hablando, las probabilidades de sobrevivir eran prácticamente nulas. No olvidemos que toda esta aventura comenzó porque se estrelló el avión en que volaban y eso ya de por si representa algo extraordinario. Pero aún más extraordinario es el hecho de que hayan logrado conservar la vida en las condiciones de frío, hambre y enfermedad en las que estaban sumergidos por tanto tiempo. Sin mencionar su capacidad de mantenerse ecuánimes y no “perder la cabeza” ante tal realidad. Me atrevo a afirmar que, si antes del accidente se les hubiera preguntado a cada uno de los sobrevivientes si serían capaces de soportar una situación de este tipo, seguramente hubieran respondido que no lo lograrían puesto que no son el tipo de situaciones que ellos –ni ningún ser humano- estaban acostumbrados a enfrentar de manera habitual. Y, no obstante, lo lograron…

      Ignoro si sea posible algún día especificar con precisión los límites de nuestras capacidades humanas para hacerle frente a las adversidades de la vida. Ciertamente no somos omnipotentes y es obvio que no somos capaces de lograrlo todo. Pero así como el libro de los sobrevivientes de los Andes al que acabo de referirme existe una cantidad enorme de evidencia sobre personas -como usted y yo- que han pasado por situaciones extremas y que han logrado salir adelante. En lo personal, me agrada mucho conocer esa clase de historias puesto que me ayudan a poner mis problemas en perspectiva. Si un ser humano como yo fue capaz de sobrevivir casi tres meses en temperaturas bajo cero, sin alimento ni mucho menos cuidados especiales, tal vez yo sea capaz de soportar una mala racha económica, o los problemas de conducta de mis hijos, o el sentir que los demás no me comprenden. O al menos podríamos comenzar a cuestionarnos a nosotros mismos respecto a nuestras creencias limitantes, ¿tenemos suficiente evidencia para creer que ya no podemos soportar más la adversidad que nos aqueja?, ¿o será que tal vez nuestra capacidad para soportar y enfrentar es mucho mayor pero que estamos acostumbrados a menospreciarnos? 

       Entonces, ¿cómo enfrenta usted la adversidad, se rinde fácilmente o se convence de que quiere descubrir hasta donde es capaz...?

 
José Manuel Sánchez es Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Política, Emprendimiento, Deporte y Artes.

¿INDEFENSOS EN EL PROCESO ELECTORAL?

¿INDEFENSOS EN EL PROCESO ELECTORAL?
José M. Sánchez


Siguiendo con atención las noticias con las que los medios de comunicación nos han estado bombardeando las últimas semanas, me he sentado frente a mi computadora para reflexionar sobre algunos de los temas que en mi opinión han generado mayor impacto en el ánimo del país. Por un lado tenemos la “fiebre futbolera” que comienza a hacerse sentir a lo largo y ancho de nuestro territorio. Millones de mexicanos ya esperamos ansiosos el partido contra Alemania mientras algunos medios “le ponen sabor” sometiendo a debate si la sonada – y supuesta- fiesta de nuestros seleccionados es un mal augurio para nuestras desgastadas aspiraciones  por llegar al quinto partido. ¿Daremos el salto definitivo que mate de una vez por todas la maldición del “síndrome del jamaicón”?, ¿logrará el colombiano Osorio demostrarle a todo un país que el sistema de las famosas rotaciones estaba más que justificado? Muy pronto tendremos respuesta a estas preguntas. Y como dicen por ahí, ¡qué nervios!...  

Pero si bien es cierto que un buen resultado en la Copa del Mundo generaría un ánimo muy favorable en el colectivo nacional, también es cierto que ese estado de felicidad sería efímero, desde que todo clamor derivado de una hazaña deportiva lo es. Aunque la gloria puede quedar por siempre en el recuerdo del aficionado, la pasión se desborda únicamente en el momento del triunfo y a lo mucho quedan las secuelas de alegría algunos pocos días más. En cambio, el segundo de los temas de los que los mexicanos no podemos guardar distancia en estos días es el tema electoral, precisamente porque lo que ocurra en las próximas elecciones repercutirá en la vida de millones de nosotros durante un tiempo mucho más prolongado que solo los días posteriores al primero de julio. 

Respecto a este escenario, me llama mucho la atención un tema sobre el que el Instituto Nacional Electoral (INE; antes IFE) se ha manifestado con frecuencia, me refiero al abstencionismo. Cierto es que la renuncia voluntaria al derecho al voto no es exclusiva de nuestro país, pero como alguien dedicado al estudio del comportamiento humano me pregunto las razones de este fenómeno social. ¿Por qué una gran cantidad de ciudadanos no vota?, o mejor aún, ¿qué hechos explican las cifras que alcanzan los conjuntos de votantes y de no votantes?

Definitivamente este tema es muy complejo, como suele serlo todo fenómeno social. Pero aquí voy a compartir una idea que en lo personal me resulta atractiva. Mi idea se deriva de un fenómeno de comportamiento observado originalmente en estudios de laboratorio animal por el psicólogo Martin Seligman a finales de los 60`s. Básicamente, el estudio consistía en someter a electro shocks a un grupo de perros y observar su comportamiento. El estudio fue realizado en cajas de experimentación compuestas de dos espacios divididos entre sí por una pequeña barrera que no obstante no impedían al animal el paso de una a otra. El animal solo recibía electro shocks en una de las dos áreas de la caja de experimentación. Se observó que mientras que algunos animales escapaban al lado seguro de la caja toda vez que venía el shock, otros no lo hacían. Cabe señalar que estos últimos animales –a diferencia de los primeros- habían recibido previamente un tratamiento en el que se les suministraban electro shocks en cajas completamente cerradas que no tenían opción de escape.     

Seligman empleó el nombre de indefensión aprendida (learned helplessness) para referirse a este fenómeno, esto es, una especie de aprendizaje de que no es posible escapar de una situación aversiva lo cual lleva al animal a renunciar a sus intentos de escape. 

Cabe señalar que en el campo de la Psicología ha sido un método común el estudio con animales y que los resultados de tales estudios, con las reservas del caso, sugieren implicaciones muy interesantes para comprender el comportamiento humano. La indefensión aprendida no es la excepción. Realmente no es difícil encontrar ejemplos de personas que parecen resignadas a su realidad y que renuncian a actuar para cambiar su situación de desdicha. 

Las implicaciones de lo que acabo de comentar, respecto al tema del abstencionismo electoral, me parecen obvias. En mi opinión, los votantes principiantes (aquéllos que apenas recientemente han alcanzado los 18 años) ejercen su derecho al voto al menos en su mayoría. Pero son aquéllos quienes llevan años votando y no han visto satisfechas sus expectativas de mejora quienes terminan por renunciar a ese derecho (en otras palabras, aprenden a dejar de actuar, de luchar). Digamos que la frustración de las expectativas es la madre de la indiferencia, y esto aplica para temas electorales, amorosos, laborales, académicos, etc.   

De ahí que el reto enorme que esta situación representa para los actuales candidatos. Y es que no es tarea fácil convencer a alguien (persona o perro) de que vuelva a hacer algo a lo que ya ha renunciado. No obstante, se puede re-aprender.  Un amante frustrado que ha jurado no volver a insistirle a la amada que lo desprecia, puede volver a intentarlo si ella da señales de interés. El ama de casa que está harta de pedirle a su hijo que cambie un determinado comportamiento puede volver a hacerlo si nota que el hijo en cuestión comienza a reaccionar a sus peticiones. Hay mil ejemplos de los ánimos renovados que generan las señales de cambio.

Por lo tanto, considero que el candidato en el que la ciudadanía identifique mayores señales de cambio llevará una ventaja fundamental respecto a los demás. Pero subrayo el hecho de que no  basta con que el candidato esté convencido de que representa un cambio. Tal vez el candidato lo crea, y sea honesto consigo mismo. Pero si no trabaja en lograr que la gente perciba  lo mismo, simplemente se estará dando, como decimos los mexicanos, “atole con el dedo”… 

¿Tú qué opinas?
     

José Manuel Sánchez es Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, director de la consultora Depsic Psicología y Alto Rendimiento SC., capacitador y conferencista, con intereses en áreas de Psicología, Política, Emprendimiento, Deporte y Artes.